Mauricio pensaba que de no corregir sus pataletas arrebatadas antes de morir, iría a un infierno de rojas ráfagas ardientes y pantanos de bilis, surcado por las erinias, endriagos y histéricos desafueros.
Era urgente cultivar la ataraxia de los viejos filósofos, la serenidad. VIpassana, las Meditaciones de Marco Aurelio. Estoicos, budistas en busca de aquel elusivo estado de gracia.
¿Pero como lograrlo sin alejarse del mundo y sepultarse en una sima? El mundo estaba lleno de seres desquiciantes como Cristal.
“no es el exterior” “la vida te lo pone por delante para entrenar lo que tienes que entrenar”. Cristal era solo un entrenamiento. Si no era ella, sería otro el punching ball. Los estímulos externos. Virtud para enervarle. Según todos estos
Pero es que el descuido de aquella mujer era épico. Mauricio tratado de inventar estrategias para tolerar sus patochadas. si hubiera sido diagnosticada con Asperger o síndrome de Down. Pero Cristal tenia. De puertas afuera, él era el huraño, el la simpática, extrovertida.
LAs peras del peral, tras informarse de que las peras verdes se conservan en cajas de cartón, ordenadas por capas separadas por hierba segada. LAs deja encima de la mesa del jardín durante días, en una caja, justo en encima de debajo
La incubadora, donde con amor, donde Mauricio trataba de salvar los huevos que la gallina clueca abandonó ya al final de la sienta, la apagó sin avisarle “porque estaba a 38 grados”. la encontró a 32 grados.
Los huevos recién recogidos, sobre la tapa de una olla puesta del revés sobre la mesa, en equilibrio sobre su asa redonda, esperando que algún gato para venirse a estrellar todos al suelo de loza.
El generador eléctrico, que usó en la mañana del dia anterior, con la cortina del taller abierta de par en par en plena lluvia meona, con la amoladora enchufada.
Los,
Tenía la impresión de que estaba solo en el proyecto. De que no le interesaba nada lo que habían venido a hacer. Cómo lidian.